La historia del duende bondadoso

Este es un relato "sanador" que narra la vida de su autor, aparece en el libro de John Bradshaw "Volver a casa".  Resume la triste historia que puede suponer nacer y crecer en un mundo sin amor. He cambiado algunos nombres que me parecían complicados y resumido, muy poco, algunas partes.


Érase una vez un duendecillo bondadoso. Era un duende muy feliz. Era brillante y curioso y conocía los secretos de la vida. Por ejemplo, sabía que le amor era una alternativa; que el amor requería mucho esfuerzo y que el amor era el único camino. Sabía que podía hacer cosas mágicas y que su única forma de magia se llamaba creatividad. El pequeño duende sabía que mientras siguiera creando no habría violencia. Y conocía el mayor secreto de todos: que él era algo en vez de nada. Sabía que estaba siendo y que ser lo era todo. Esto se llamaba el secreto del “Yo”. El creador de todos los duendes era el gran “Yo soy”. El gran yo soy siempre fue y será. Nadie sabía cómo o por qué esto era así. El gran yo soy amaba y creaba sobre todas la cosas.

Otro de los secretos más importantes era el secreto del equilibrio. Este secreto significaba que la vida entera era una unión de contrarios. No hay vida sin muerte, alegría sin pena, placer sin dolor, luz sin oscuridad, sonido sin silencio, bueno sin malo. La verdadera salud es una forma de integridad y la integridad es sagrada. El gran secreto de la creatividad era equilibrar una energía creativa impetuosa con una forma que permitiera existir esa energía. Un día a nuestro duende que por cierto se llamaba Din, le revelaron otro secreto. Al principio le asustó un poco. El secreto era que tenía que cumplir una misión antes de que pudiese crear nada más. Tenía que compartir sus secretos con una tribu feroz de NO-duendes. La vida de los duendes era tan buena y maravillosa que era necesario compartir el secreto de tal maravilla con aquellos que no sabían nada de la admiración y lo maravilloso. La bondad siempre quiere compartirse. A cada duende se le asignó una familia de la tribu feroz de los No-duendes. La tribu se llamaba Namú y no sabía secretos. A menudo malgastaban sus seres, trabajaban sin descanso y solo se sentían vivos cuando estaban haciendo algo. Algunos duendes se referían a ellos como los hacedores. También se mataban entre ellos y hacían guerras. A veces en acontecimientos deportivos o conciertos de música se pisoteaban unos a otros hasta la muerte.

Din ingresó en su familia Namú el 29 de junio de 1933, a las 3:05 A.M.. No tenía mi idea de lo que le esperaba. No sabía que tendría que usar cada onza de su creatividad para contar sus secretos. Cuando nació la familia Namú le puso el nombre de Ben. Su madre era una princesa de 19 años muy guapa que estaba embrujada por la necesidad de actuar. Tenía sobre ella una extraña maldición. La maldición era una bombilla en medio de la frente. Siempre que intentaba jugar disfrutar o divertirse, o simplemente estar, la bombilla parpadeaba y una voz decía “haz tu trabajo”. Nunca podía solo estar y no hacer nada. El padre de Ben era un rey bajito pero guapo. También portaba una maldición. Su madre, una bruja malvada vivía en su hombro izquierdo, siempre le estaba pidiendo hacer algo.

Para que Ben pudiese contar el secreto a sus padres y a los demás, necesitaba que estuviesen quietos y parasen y así tener tiempo suficiente para poder verlo y oírlo. Desde el momento en que nació Ben estaba completamente solo, como tenía el cuerpo de un Namú, tenía también sus sentimientos y, al verse abandonado, se sentía furioso, frustrados y herido.

Helos aquí, el dulce duende, que sabía los secretos de la Yoicidad y nadie le escuchaba. Lo que tenía que decir era vivificante pero sus padres estaban muy ocupados con sus obligaciones y no podían aprender de él. De hecho, sus padres estaban tan confundidos que pensaban que su labor era enseñar a Ben a cumplir con su obligación. Cada vez que fracasaba, lo castigaban. A veces lo ignoraban castigándolo en su habitación, otras, le pegaban o gritaban. Lo que más odiaba eran lo gritos. Podía soportar el aislamiento y los golpes se acababan enseguida, pero los gritos y el decirle todo el tiempo lo que tenía que hacer casi matan su alma de duende. No se puede matar el alma de un duende porque es parte del Gran Yo Soy, pero puede herirse de tal modo que parece como si hubiese desaparecido. Esto es lo que le sucedió a Ben. Para poder sobrevivir dejó de enseñar los secretos a sus padres, y en lugar de eso, los complacía actuando y haciendo lo que se le decía.

Su madre y su padre eran unos Namús muy infelices (en realidad todos lo eran a no ser que aprendieran el secreto de los duendes). El padre de Ben estaba tan atormentado por su madre que utilizaba toda su energía en encontrar una poción mágica que borrara de una vez todos sus sentimientos. Pero esta no era la creatividad, se realidad se llevó la poca que le quedaba y su padre no era más que “un cadáver” ambulante. Después de un tiempo dejó incluso de ir por casa. El corazón de Ben estaba desecho. Cada Namú necesita de los dos, del amor de su padre y de su madre, para dejar que el duende que lleva dentro cuente sus secretos.

Ben estaba hundido por el abandono de su padre y como este ya no ayudaba a su madre la bombilla de esta no paraba de parpadear, le gritaba y le regañaba aún más. Cuando cumplió los 12 años había olvidado que era un duende. Unos años más tarde conoció la poción mágica que había usado su padre, a los 14 empezó a usarla a menudo y a los 30 tuvieron que llevarlo al hospital. Ahí por fin oyó la voz de Din, su duende interno, no importa a dónde se llegué la voz del duende siempre llamará a un Namú para celebrar su ser. Din nunca cejó en intentar salvar a Ben.

Si eres un Namú, recuerda esto: tienes el alma de un duende dentro de ti que está siempre intentado llamarte a que seas.
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